Estaba ordenando las cosas para
salir…
Y mientras ordenaba mis cosas
veía al lobo,
al lobo que fui
y no sé si al lobo que seré.
Zelarayán
1
El hermano del Bochi era de Chacarita,
Walter se tatuó una lengua estón en la espalda,
los cuatro pibes que tomaban birra en la esquina
le sacaron la gorra a una rati,
Juan era normal: andaba en una Zanella, usaba Toppers y
repartía pizzas.
Fabián tuvo una hija
sana.
El fletero de la vuelta, el padre de las mellizas,
le pegó un tiro a la esposa
y otro al chabón que andaba con ella.
Los dos atravesaron
también la medianera.
Yo
a veces
me subía a los techos.
El gordo Corochi nunca hizo nada
y el otro, el hermano de Romina,
cantaba en un grupo punk.
Hasta que la cerraron, en la Vascongada
comprábamos vascolet,
en el kiosco,
naranjú.
2
Fuimos con Paty, Iván y Miguel
a Bahía Blanca en tren.
Con ese andar cansino que cruza
nocturno la pampa reseca.
Llevamos las bicis para volver por la costa.
De Bahía a Monte hay muchos médanos
y viento en contra.
La bici de Iván era vieja
y hacía cuiquicuiqui
la de Paty era nueva y no hacía
nada.
Miguel pedaleaba rápido
y yo, lento.
Paramos en un arroyo para comer
latas de ensalada jardinera.
Jugamos al fútbol
y tomamos vino en caja.
Como en la ciudad las fachadas resplandecían
y las minitas llevaban
bikinis amarillos,
compramos una docena de churros
y cuatro cajas de Promoción
blanco
dulce.
Después decidimos
comer almejas y vivir entre arbustos.
Un día llegó un tipo
con familia y casa rodante,
y armó una carpa enfrente de la nuestra.
Como creía que éramos linyeras
nos dio de comer empanadas
y nos explicó que Estudiantes
le iba a ganar a Peñarol de Mar del Plata.
3
Creo que la primera vez que pesqué
fue en el Delta
en el Tigre
en una isla
como
la del suicidio de Lugones o el exilio de Sarmiento.
Iván, que siempre pescaba,
y que había llevado la caña
a Monte Hermoso atada al cuadro de la bici,
lanzó su anzuelo a la correntada turbia
y lo recogió vacío
varias
veces.
En uno de esos intentos
el anzuelo pareció engancharse
en alguna rama o piedra subacuática.
Lo cierto es que tiraba y no volvía.
Tiraba y no.
Tiraba.
Entonces, puteó un rato y para no cortar la tanza,
fue a buscar un bote.
Entretanto yo recogí la línea
que suave y sin resistencias traía
brillante un dorado.
4
A Monte Hermoso fuimos porque
en una casa de Bariloche
había hantavirus.
A Victoria llegamos en una camioneta hiperbólica
que manejaba el viejo de Torres,
un flaco muy flaco
que había sido gordo muy gordo.
En una pulpería rezagada,
después de ovacionarle el pingo del que se había bajado,
le pregunté a un gaucho:
“Y dígame, don, ¿usté tiene un overo rosado?”.
Me respondió que tenía y que
a la venta estaba.
“¿Quiere comprarlo?”, siguió.
“¡Tráigalo que le cancelo en efectivo!”, lo desafié.
“Como usté diga, mijo”, replicó impasible.
Vació un último vaso, se subió al caballo
y dejó el eco del galope
retumbando tumbando bando en la tierra
en la tarde
en mi suela.
Cuando volvió, yo me había olvidado,
pero el asunto es que entró y ya en el refilón
de la puerta que se entornaba
lo vi clarito
al overo rosado.
5
En una época rondábamos entre la cancha de Boca
y la de Racing.
Parábamos en un barco abandonado
hasta que unos villeros nos cagaron a piedrazos.
Entonces
con un profesor de industrial aprendimos
a hacer explosiones
con tubitos de acero:
una barra cilíndrica de acero
de unos diez centímetros
un hueco en uno de sus extremos
de unos cinco de profundidad
ahí se mete una
o dos cabezas de fósforo
y después se introduce un clavo que calce
justo.
Un golpe seco contra la pared
y los villeros se van corriendo.
Porque creen que es un chumbo,
al menos los pendejos.
6
El hermano del Bochi
me llevaba como seis años
y había estado en la cárcel.
En el bondi, un día, la invitó
a mi novia a ir a ver a Chacarita.
En auto, todo piola, con los pibes,
le dijo.
Yo hice como que no la conocía.
Igual no la conocía.
7
(Lo que oralmente se pronuncia
: redunda.
Ya se puede ver, también, con ojos observadores.
El habla quiere servir para algo
y la conversación nos reemplaza un mundo)
8
En el techo
atrás de una maceta partida
y con la tierra reseca
encontré un papelito clandestino
escrito por la melliza linda.
Decía:
Jota me encanta,
pero si se entera mi viejo,
me mata.
También tenía un corazón dibujado
y algo
que parecía una lágrima.
9
Coleccionábamos bombillas
sin indagar por qué.
Iván y Paty por un lado
yo por el otro.
Tenía incluso de países que
habían preferido no ser más países
o ser muchos
u otra cosa.
Un día decidimos unirnos y formar un imperio,
pero, como las guardamos en Barracas,
poco a poco les perdí el rastro
y me quedé
sin barrios
ni imperio.
10
La novia del Mongui,
que también es la mamá de Martín,
hace cuiquicuiqui.
En una grieta del tiempo
los pibes del kiosco
estaban aburridos,
así que se la voltearon entre todos y lo filmaron.
Al Mongui le pagaron
con dos pizzas de Ugi’s.
11
Cada ciudad tiene algún vórtice
que la comunica con otra
que también habitamos.
En SanCri, mi papá había encontrado varios,
pero todos siempre
debajo de una árbol de moras.
Ahí íbamos con una sábana,
lo agitábamos y mientras las frutas caían
mi viejo me contaba en italiano
historias de otros tiempos.
12
En Los Reartes, camino a la Cumbrecita,
montamos por quince días
un bisnes.
Como el camino en nuestra zona
se convertía en un pantano,
los autos solían quedarse
varados. Algunos, pocos,
lograban salir por sus propios medios.
Otros, la mayoría,
no.
Entonces, después de puteadas y súplicas desoídas
por los sauces y los cielos,
la corriente y las chicharras,
los automovilistas venían a nuestra carpa y
nos pedían ayuda.
Al comienzo fue audacia, pero al rato
ganamos pericia y destreza.
Con dos o tres auxilios comíamos,
con algunos más tomábamos
Toro en botella.
Una tarde casi surgió la discordia.
La F100 con sus aspavientos venía rauda
levantando polvo
sin saber que ante nosotros quedaría, como tantas,
como todas,
con las ruedas
engullidas por el barro.
Dispuestos a hacer nuestro trabajo,
se interpuso a rienda suelta,
Rojas, el comisario.
Dijo, y se lo aceptamos,
que ese era un asunto para la ley.
Se arremangó, tiró la gorra debajo del caballo
y sacó una pala de la montura.
Entonces fue que mientras cavaba
y hablaba de la insolencia porteña
el caballo le meó la gorra
hasta llenarla
bajito al borde.
Los vapores calientes acariciaron el sauce
en el mismo instante que Rojas maldiciente
claudicaba en su empeño
y desaparecía resuelto,
tanto, como había llegado.
Así que hicimos lo nuestro y después comimos
vizcacha al escabeche.
13
A mi hermano más chico no le dejaba
coleccionar figuritas de autos.
Ni de fútbol. Esas eran las mías.
A él le quedaban las de Mi pequeño Pony
o las de Barbie.
Las de Barbie, mierda, esas sí
que estaban buenas. En la página
central del álbum
le podías sacar y cambiar
la ropa a un montón de Barbies.
Una vez lo vi,
pero mi hermano no me lo prestaba.
14
El vecino, de la cabaña de abajo,
de al lado,
palmeó dos veces a cinco metros de la casa.
Traía una gallina muerta
y una escopeta.
Cuando el Pelusa salió, el vecino solo le dijo
“Usté sabe cómo son las cosas
acá”
y le entregó la escopeta.
Después,
el Pelusa la llamó, le acarició el lomo
y, mientras agitaba la cola,
le cargó un plomo en la frente.
Los patos de la laguna
entonces
levantaron vuelo
rumbo al horizonte.
15
Y otra vez se despereza la tormenta
primero en los arrabales,
en las orillas,
ahuracanada invade con su gris
todo
y remonta carteles y techos pobres
como peregrinos barriletes
de niños dóciles.
En Florida se me escapa un globo
y en SanCri el olor a tierra mojada
se cuela en la cocina,
en mi armario por las rendijas.
Repiquetea el techo y el último transeúnte
corre a su cornisa.
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