Rimbaud apareció en Lima un 18 de julio de mil
novecientos setenta y dos.
Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par
de botines marrones.
Se le vio por la Colmena repartiendo volantes de
apoyo a la huelga de los maestros y en una penosa marcha
de los obreros trabajadores de calzado El
Diamante y Moraveco S.A., reapareciendo en la
plazuela.
San Francisco dándole de comer a las palomas
y en un cafetín donde
rociaba migajas de pan en un café con leche
mientras entre atónito y estupefacto
releía un diario de la tarde. Las personas que lo
vieron aseguran que denotaba cansancio y que
fumaba como un condenado cigarrillo tras ciga-
rrillo.
Pálido como una hermelinda, de contextura del-
gada, entre las manos portaba
un libro de tapa gruesa. Luego hizo un ademán
con la mano pidiendo la cuenta.
Pagó 13 soles y 50 ctvos. y luego partió y una
muchacha al reconocerlo le tendió
la mano y le ofreció posada y su cuerpo a lo que
él respondió invadiéndola
de luces anaranjadas. Llovía. Y las pocas perso-
nas que en esos momentos
contemplaban la escena -serían unas 15, de 20
no pasan- reunidos bajo el toldo
de la chingana armaron un tremendo barullo
llamándolo Arturo, Arturo Rimbaud.
Y sus pasos fueron lentos mientras enrumbaba
por el Jr. Leticia y la calle Caquetá
en el Rímac. Casi todos los que se encontra-
ban reunidos coincidían en afirmar
que su aparición podría traer funestas consecuen-
cias al sistema y al orden
establecido y que mejor era dar parte a la policía.
Y la descripción que de él dio un político coincidía
con las que se dan para atrapar a un maleante.
La del empleado del Ministerio de Educación fue
que en su abundante cabellera
pendía un turbante turco y una argolla de bronce
aparecía en una de sus orejas.
A lo que un joven estudiante de San Marcos pro-
rrumpió amenazadoramente aseverando.
Que todos ellos estaban alienados y que
más bien había que cumplir
al pie de la letra la aseveración de Juan Nicolás
Arturo Rimbaud "Hay que cambiar
la vida" para lo cual había que destruir todo un
sistema inhumano injusto y atroz.
¡Linda manera de hacerse oír! terció la voz de un
anciano, y un muchacho
de secundaria dijo ¡Buena tío! y la muchacha fue
invadida de luces anaranjadas extrajo un lápiz de
labios de su cartera corriendo hasta llegar a un
muro donde inscribió esta significativa palabra
FIN
jorge pimentel
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